Donde crecen las flores y mueren los desiertos, donde llueven sonrisas y se evaporan los lamentos. En aquella región, llena de misterio y vida, se hallaba la última huella de humanidad que quedaba en su existencia. Una existencia efímera y vacía a la vez.
Donde faltase bruma, ahí estaría, esperando pacientemente a que por fin llegasen. A que llegasen los que la portaban. Los que portaban la bruma que nubla el pensamiento del ser humano. Del único entre los únicos. Sin esperanza de salir de aquella pesadilla difusa.
Pero cuando se puso el sol en aquella mísera montaña, rodeada de climas incomprensibles, ahí llegó. El fuego se tornó oscuro, lúgubre y marchito. Algo distinto a un ascua o a la inmensa noche. Algo que tomaba todo aquello a su paso. Un único pensamiento.
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