La espada cae al suelo, con su filo desgastado lleno de magulladuras y teñida del rojo oscuro de la sangre. Golpea contra el suelo de tierra y piedra, produciendo un afilado sonido, mientras levanta gotas de agua que residían en el mojado pavimento.
Del pecho del campeón empiezan a brotar unos ligeros, pero constantes riegos de sangre, deslizándose sobre las numeras lanzas clavadas en él. Agarra una con su mano cubierta por su plateada armadura, ennegrecida por la batalla sobre campo húmedo, pero el soldado que la porta la extrae haciendo que el ligero riego se vuelva un chorro escarlata.
Con él, todos sus compañeros proceden al mismo acto, dejando la armadura del campeón totalmente manchada con un color bermejo, mientras este cae sin fuerzas al suelo. En el choque, un colgante se desprende de su cuello, quedando delante de sus moribundos ojos.
El colgante de su propósito, en el cual residen todas aquellas cosas que valora. El campeón, paladín de su vida, recuerda las palabras que una vez leyó: "un guerrero de verdad no da el primer paso, pero siempre debe responder a uno".
"Este no es sitio para caer, no así", dijo el campeón en su mente antes de levantarse, cogiendo su espada y propinándole 2 tajos a cada uno de los lanceros enemigos. O eso habría sido lo que hubiera deseado.
Ahí yace, en el suelo, el campeón, por no haberlo intentado.
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