El cielo llora sobre mí. Miro arriba mientras dulces gotas caen sobre mi cara y una suave brisa me acaricia. Las grises nubes que tapaban la bóveda celeste se dispersan dejando paso a una total negrura.
Una opacidad infinita que lo cubre todo, en la cual reside una pequeña y bella estrella. Una luz que es capaz de iluminar toda esta noche ella sola. Una candela que no podré dejar de observar y nunca llegaré a olvidar.
Porque esa luz, aunque titile constantemente, jamás se extingue. Porque indica siempre el norte para orientarme. Porque aunque todo se llene de nubarrones, tengo la seguridad de que estará ahí.
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